Roberto Santos // Cada 12 de diciembre México se detiene para celebrar a la Virgen de Guadalupe, un acontecimiento que activa los resortes más antiguos de la identidad nacional.
La figura guadalupana es, quizá, el símbolo más profundo y transversal del mexicano; opera como mito fundacional, como emblema cultural y como punto de cohesión emocional para millones de personas que, aun sin declararse creyentes, reconocen en la Virgen Morena un elemento central de nuestro imaginario colectivo.
Desde la antropología, la Guadalupana no es únicamente una advocación mariana; es una síntesis histórica.
Surge con la llegada de los españoles y se injerta en las tradiciones mesoamericanas, especialmente en los cultos a las deidades femeninas del cerro, la fertilidad y la protección.
Se convierte, así, en un puente simbólico: permite a los pueblos originarios encontrar continuidad cultural en medio de la ruptura colonial, y a la vez, da forma espiritual a la naciente idea de “mexicanos”.
Por eso su fuerza radica en que no pertenece exclusivamente a la Iglesia, sino al pueblo.
Sin embargo, como todo símbolo poderoso, ha sido apropiado por el poder político. El mejor ejemplo es el uso que hace de ella el partido en el gobierno: Morena.
Su nombre alude, inevitablemente, a la Virgen Morena del Tepeyac. No es un accidente semiótico, sino una estrategia para tocar el inconsciente colectivo.
En mexico la religiosidad es parte del lenguaje cotidiano, y la fe es parte de la narrativa identitaria, la elección del nombre es un acto político, un guiño a la emocionalidad cultural del mexicano. Semejante a cuando el PRI plasmó en su logo los colores de la bandera de México.
La contradicción surge cuando quienes integran ese mismo movimiento rechazan la religiosidad que evocan.
Es frecuente escuchar a figuras relevantes de Morena proclamarse ateas o anticlericales. El caso de Dolores Padierna reconveniendo a un diputado de MC por decir “gracias a Dios” y ofrecer bendiciones, muestra esa tensión.
Lo paradójico es que el lenguaje español está atravesado de símbolos cristianos, desde metáforas hasta expresiones coloquiales.
Así que pretender separar lo religioso del habla o del imaginario mexicano es desconocer el peso cultural que la religión ha tenido durante siglos.
El discurso histórico del obradorismo también entra en disputa con la antropología.
El expresidente López Obrador insiste en que con los españoles “llegaron todos los males”, como si antes de 1521 hubiera existido un paraíso inocente y libre de violencia.
Pero los pueblos mesoamericanos, aunque poseían sofisticadas estructuras culturales, vivían en un sistema político dominado por la guerra y la tributación.
El imperio mexica se sostenía gracias al sometimiento de otros pueblos, que no dudaron en aliarse con los conquistadores para liberarse del dominio tenochca.
Esa es una constante histórica: los oprimidos suelen apoyarse en extranjeros si eso les permite romper estructuras internas de explotación. Así han caído imperios desde la antigüedad.
La Virgen de Guadalupe entra en escena como parte de ese proceso híbrido. Es traída por los españoles, sí, pero resignificada por los pueblos indígenas hasta convertirse en símbolo mestizo por excelencia.
Que Morena utilice esa figura, directa o indirectamente, no es casual. ¿Es correcto? ¿Es oportuno? ¿Es manipulación? Es difícil responder.
Lo cierto es que el movimiento oficialista se mueve entre contradicciones: reivindica lo religioso desde el nombre, pero rechaza la influencia religiosa en lo público; enarbola discursos fundamentalistas, pero critica el dogma ajeno; abraza símbolos identitarios, pero desconfía de las instituciones que los resguardan, como la Iglesia católica.
Al final, Morena oscila entre lo mítico y lo político, entre el símbolo y el poder.
Utiliza la fuerza emocional de la Virgen Morena, quizás la imagen más profunda de la mexicanidad, mientras promueve una narrativa que reniega tanto del pasado colonial como de la religiosidad popular.
Esa contradicción revela un movimiento que sigue definiéndose a sí mismo, atrapado entre la fe cultural del pueblo y la ideología anticlerical que algunos de sus líderes intentan imponer.
El pueblo mexicano habla y vive la religión, por eso hoy es un día de fiesta nacional, por lo que pretender separar lo político de lo simbólico es imposible.
La Virgen de Guadalupe seguirá siendo un espejo en el que el país se mira, y también una herramienta que el poder, sea cual sea su color, no dejará de utilizar.