Roberto Santos // “No se puede dormir tricolor, azul, naranja o amarillo y amanecer guinda”, sentencia Jacinto González Varona, dirigente estatal de Morena.
La frase, que busca dar contundencia moral a su argumento, contiene una contradicción profunda: ¿quién decide quién sí y quién no entra a un movimiento que se dice abierto, plural y de transformación? ¿Con qué autoridad ética o legal puede una dirigencia partidista actuar como portero de un proyecto político que, por ley, es de interés público?
La reciente creación de una “Comisión de Evaluación” para decidir el ingreso de nuevos aspirantes a Morena —especialmente de aquellos que militaron en otros partidos— ha encendido una alerta democrática.
Más que un ejercicio de autodepuración ideológica, parece un mecanismo para cuidar parcelas de poder, evitar competencia interna y consolidar cotos de influencia al interior del partido.
Visto así, Morena deja de ser un movimiento de transformación y se convierte en un negocio político de unos cuantos, donde el acceso depende de la conveniencia del los grupos dominantes, no del respaldo ciudadano o de un compromiso auténtico con los principios que dicen defender.
Conviene recordarle al propio Jacinto González que los partidos políticos no son propiedades privadas.
Todos los institutos partidistas, incluyendo a Morena, son instituciones de interés público, abiertos —al menos en teoría— a toda persona que quiera participar, aportar y competir en sus procesos internos.
Si se trata de cerrar puertas, que sea la ciudadanía la que lo haga en las urnas, no las dirigencias desde sus escritorios.
Y si el argumento es la calidad moral, la cosa se complica. Esta semana, la información que circula involucra a varios de los que se rasgan las vestiduras desde el guinda, intentando mostrarse distintos a los partidos del pasado, pero cayendo en los mismos escándalos de siempre.
Lo que cambia es el color, no las prácticas.
Es natural que exista recelo ante ciertos perfiles, pero eso se resuelve con procesos claros, reglas públicas y piso parejo. De lo contrario, se corre el riesgo de caer en lo mismo que Morena prometió combatir: el dedazo, el clientelismo, la exclusión y el uso faccioso del poder.
En un país que reclama más democracia y menos simulación, lo deseable es que Morena, como cualquier otro partido, permita que quien quiera participar, lo haga.
Lo contrario es antidemocrático. Y si realmente les preocupa el rechazo de las bases, entonces que sean las bases, no una cúpula, quienes decidan quién entra y quién no.
Porque al final, ningún movimiento que aspire a transformar puede sostenerse con puertas cerradas.