A Manuel Galeana

Carlos Ortíz Moreno // Reportero y columnista de la llamada vieja guardia del periodismo acapulqueño, este jueves falleció Manuel Galeana Domínguez con quien el Destino me unió en este oficio de locos —hoy profesión— y uno de los compañeros que hizo a un lado el egoísmo y la envidia, propio de aquellos que se sentían desplazados por la nueva generación de comunicadores.

Oriundo de Tecpan de Galeana, donde nació un 25 de diciembre de 1931, Manuel siempre se destacó por su don de gentes. Llegó a Acapulco a los doce años cuando se trajo a sus hermanos Nicolás y Andrés para seguir a su mamá que se había venido a trabajar al puerto en busca de mejores oportunidades.

Como buen capricorniano, rápidamente se adaptó a la vida citadina de un lugar que crecería, turísticamente hablando, en el ámbito nacional e internacional. Le tocó vivir la época dorada de este destino cuando en el mundo conocían la existencia de México gracias a Acapulco.

Y aquí, ávido de amor, conoció a María de la Cruz Urzúa de Galeana con quien procreó a sus hijos Francisco Manuel, Óscar, Carlos, Ana Cruz, Paula Elizabeth y Gloria Alicia, todos Galeana Urzúa.

Cuando conoció el periodismo, Manuel lo abrazó como a nadie. De manera empírica lo ejerció y bien. Todos los días aprendió algo nuevo de la actividad y pasó de la nota del día, a la información oficializada y luego al análisis de una realidad citadina y política que sintetizó en su columna Mirilla, firmada con el seudónimo de Galdom.

Jorge Laurel Contreras lo recuerda como una persona que nunca mostró enojos porque siempre anduvo con la sonrisa en la cara. Jamás bebió otra cosa que no fuera una cerveza.

Por eso el mote que el gremio periodístico le tenía a Manuel de “Cheve” o “Chevechita”.

Trabajó en los gobiernos de Rubén Figueroa Figueroa y Alejandro Cervantes Delgado como parte de los asesores en prensa y comunicación social, respectivamente.

Las muchas ocasiones que me atravesé en su andar periodístico, jamás lo vi enojado o grillando a los compañeros. Me distinguió con su amistad quizá porque yo fui hijo de otro periodista. Me decía que quizá yo sustituiría a lo que en ese entonces ejercían la actividad y por eso era menester echarle la mano si lo requerían.

Tenía un espíritu solidario. Jamás se hizo a un lado en aquellas luchas periodísticas por exigir justicia de compañeros agraviados por la represión tanto militar como policiaca. Fue perseguido por la información que se difundía en aquellos periódicos de la época donde estaba prohibido escribir de Dios, de la iglesia, del Ejército, del gobierno, del aborto, de la libre expresión.

Siempre defendió a capa y espada a la delegación 25 del Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa ya que nunca se desprendió de esa camiseta. Jamás pensó siquiera que esa misma organización se despreocuparía por defenderlo en su inclusión ante el Fondo de Apoyo de los Periodistas (el famoso FAP) y tampoco que lo recordara siquiera, ahora muerto, en una esquela.

Ni modo. Ese es el pago de aquellos miserables y desmemoriados.

Manuel Galeana conoció los sinsabores de la vida. Defendió a periodistas y lo hizo con su propia hija, víctima entonces de un mal hombre.

Tal y como lo definió otro decano del periodismo, Benito Soria Nolasco, Galeana Domínguez era un magnífico redactor, ejerció la subdirección ejecutiva del Diario El Gráfico siendo director general José María Severiano Gómez, “Chema” Gómez, y también fue gerente general del vespertino Prensa Libre, cuando Obdulio Severiano Gómez, “Yuyo” Gómez, era el mero mero director general.

A Manuel le tocó vivir dos épocas del viejo Acapulco: la del turismo internacional y jet set, así como la de la guerrilla cuando Prensa Libre, el único vespertino de hace más de 40 años, difundía los comunicados de los grupos subversivos que encabezaron Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas Barrientos.

El periódico, con esos comunicados, se vendía como pan caliente. Era la época periodística del linotipo, de la prensa plana y de las máquinas de escribir mecánicas.

Alguna ocasión, entre sonrisas, Manuel Galeana me platicó una puntada que causó sicosis en Acapulco:

Ante el decrecimiento económico porque la época de los guerrilleros había pasado de moda, en Prensa Libre se les ocurrió difundir la nota de un nacimiento muy especial.

Según la nota, en el IMSS (no había otros hospitales hace 50 años), había nacido un bebé que, a decir de los testimonios inventados, era muy feo. Y una de las enfermeras hizo abiertamente el comentario.

—¡Qué bebé tan feo!

Y, como algo peliculesco, el bebé la regresó a ver y le respondió:

—Más feo se pondrá el 19 de abril.

Y la noticia inventada fue creciendo de tal modo que hasta se presagió que, por ejemplo, Pinotepa Nacional iba a desaparecer y que Acapulco sería alcanzado por esa maldición.

En los setenta, lo que se publicaba en los periódicos era una verdad irrompible. Eso causó una sicosis no solamente en Acapulco sino en la parte costera de Oaxaca donde, literalmente, la gente huyó de sus tierras y mal vendió las propiedades.

Y, enfrente de un café, Manuel Galeana se declaró culpable de tal redacción que contó con la complicidad de los hermanos Chema y Yuyo Gómez.

Manuel trabajó también en Novedades de Acapulco, La Verdad de Guerrero y, finalmente, como columnista en Diario 17.

Cuando falleció Enrique Díaz Clavel, me comentó una verdad insoslayable:

—Carlitos, nos estamos yendo los viejos. Ahí quedarán los nuevos que, seguramente, no tendrán la memoria que se requiere para ser grandes. Lástima que no se hayan concretado espacios para difundir historias periodísticas de Acapulco.

La última parte de su vida fue infernal para él. Un derrame cerebral lo postró en una cama del hoy deteriorado hospital Vicente Guerrero donde contrajo pulmonía. A decir de sus familiares, ante la mala atención hospitalaria, se dispuso egresarlo del nosocomio para que estuviera en su hogar donde finalmente la Muerte se lo llevó.

Fueron noventa años de existencia, resistencia, así como mucho amor y compañerismo.

Hoy, seguramente, descansará en paz.

Buen viaje, “Chevechita”.