EL COMENTARIO
Marcial Campuzano // La Universidad Autónoma de Guerrero debería ser un espacio de pensamiento crítico, libre de ataduras políticas y con vocación académica. Sin embargo, la reciente visita de Claudia Sheinbaum a Chilpancingo evidenció todo lo contrario: el viejo y rancio acarreo volvió a teñir de vergüenza a la comunidad universitaria.
El rector Javier Saldaña Almazán no sólo revivió las prácticas del PRI de los años 80 y 90, sino que arrastró a estudiantes con la amenaza disfrazada de “incentivo académico”. Ofrecer puntos extras a cambio de asistir a un mitin no es un acto de estímulo, es un chantaje que degrada la autonomía universitaria y convierte la educación en moneda política.
El acarreo es, en esencia, un insulto a la inteligencia. Se asume que el apoyo popular puede fabricarse a base de autobuses llenos y auditorios repletos, aunque la mayoría de los asistentes estén ahí por obligación o conveniencia. Lo grave es que esta vez no se trató de empleados de gobierno ni de estructuras sindicales: se utilizó a jóvenes que deberían estar formándose para cuestionar al poder, no para legitimar sus espectáculos.
Lo paradójico es que la presidenta, que se presenta como la abanderada de la transformación, fue recibida con una práctica que encarna lo más viejo del sistema político mexicano. ¿Qué tan auténtico puede ser un proyecto de cambio cuando sus aliados recurren a los mismos métodos que juraron desterrar?
La UAGro queda en entredicho. Si sus autoridades ponen la institución al servicio del poder político, traicionan no sólo a los estudiantes, sino a la historia misma de lucha y dignidad que ha caracterizado a Guerrero.
Los universitarios no merecen ser rehenes del oportunismo. Y mucho menos convertirse en comparsa de una clase política que, bajo el disfraz de la “nueva era”, sigue recurriendo al manual más gastado de la vieja política.