DISRUPTIVA || Cultura de prevención: los radares que urgen en la Costa de Guerrero

Miguel Ángel Santos // Frente al cambio climático que ya es una realidad cotidiana, el verdadero liderazgo se mide no sólo por su capacidad de reacción ante la tragedia, sino por su visión para prevenirla.

Por eso, en el contexto de Guerrero —una de las regiones más vulnerables del país frente a fenómenos hidrometeorológicos— es urgente mirar con seriedad y respaldo institucional la propuesta de instalar radares meteorológicos en la Costa del estado.

Esta iniciativa, promovida con insistencia, conocimiento técnico y compromiso cívico por el ingeniero Julio Santos García, representa una solución tecnológica y una verdadera cultura de la prevención.

Con un diagnóstico claro del riesgo, ha señalado que sin monitoreo en tiempo real, estados como Guerrero, Oaxaca y Chiapas seguirán a merced de huracanes cada vez más intensos, sin herramientas eficaces para anticiparse a sus consecuencias.

Lo destacable es que esta gestión no se ha quedado en el reclamo. Julio Santos ha hecho lo que a menudo no hacen las autoridades: generar propuestas concretas, presentar modelos viables y tocar puertas con argumentos.

Ha llevado su propuesta al Palacio Nacional, al Congreso y hasta la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

A esto se suma la importante coincidencia con la diputada federal morenista Maricarmen Cabrera Lagunas, por lo que la causa ha ganado un respaldo político valioso.

La legisladora, quien ha sido una aliada permanente de las comunidades de la Costa Grande, no sólo recibió formalmente la documentación que respalda la necesidad de los radares, sino que se ha comprometido a convocar a empresarios y actores locales para respaldar la iniciativa y empujarla hacia la agenda legislativa nacional.

Este tipo de articulación entre ciudadanía y voluntad política es, precisamente, lo que necesita México para cambiar el paradigma de la reacción por el de la prevención.

Y en ese sentido, el trabajo de Julio Santos no sólo merece reconocimiento, sino acompañamiento institucional.

Su libro “El huracán Otis: presagio del fin del mundo” no es sólo una crónica de los estragos del desastre. Es un documento técnico, humano y ético que plantea, con firmeza, que los desastres naturales no tienen por qué convertirse en tragedias humanas, si se cuenta con herramientas adecuadas y voluntad para usarlas.

El costo de un radar, estimado en 3.5 millones de dólares, es ínfimo frente a las pérdidas materiales y humanas que deja cada huracán.

La pregunta no es si podemos pagarlo, sino si estamos dispuestos a asumir nuestra responsabilidad histórica con las futuras generaciones.

Porque no se trata de reconstruir una y otra vez. Se trata de evitar que la destrucción se repita.

Ante eso, voces valiosas como la de Julio Santos y la fuerza y compromiso de la diputada Maricarmen Cabrera Lagunas, deben ser escuchadas, respaldadas y replicadas para que, futuros desastres, ya no nos agarren desprevenidos.