Roberto Santos // En la guerra por los reflectores Gerardo Fernández Noroña volvió a demostrar que su principal combustible es el pleito y que, cuando se trata de mujeres, no tiene límites.
Esta vez su blanco fue la alcaldesa de Uruapan, Grecia Quiroz, a quien no solo acusó de “fascista” y “ambiciosa”, sino que además insinuó que conspira con “la derecha”, todo por el hecho de exigir que se investigue a figuras de Morena por el caso de Carlos Manzo.
La reacción del senador no fue política: fue profundamente misógina. Tampoco debatió ideas, pues prefirió descalificar a una mujer que, además, atraviesa un doloroso duelo.
Y lo hizo con ese tono con el que tantos hombres en la política creen que pueden dictar quién merece hablar, quién debe callarse y quién está “autorizada” para competir.
Noroña incluso se permitió adelantar, con su habitual suficiencia, que Quiroz será candidata a la gubernatura “aunque hay un mar de distancia para que nos gane”.
Como si fuera el guardián de la legitimidad electoral. Como si su propia relevancia —hoy sostenida más por escándalos que por respaldo ciudadano— lo colocara en posición de repartir certificados de viabilidad política.
Pero esta vez la respuesta llegó rápido: el diputado independiente Alejandro Bautista Tafolla lo encaró con un contundente “No somos derecha, somos pueblo, c4br0n”, recordándole que detrás de la alcaldesa hay una historia de dolor real y una exigencia legítima de justicia, no un juego de ambiciones.
Le puso un espejo incómodo: Noroña respira política, pero parece incapaz de entender humanidad.
El incidente estalla en un mal momento para el senador, justo cuando regresaba de una gira en Guerrero marcada por auditorios vacíos y la habitual tendencia a culpar a otros de sus fracasos.
Acusó al comisionado petista Victoriano Wences Real de boicotearlo, cuando el verdadero problema fue la incapacidad del exdiputado Rubén Cayetano para convocar siquiera a una cancha llena, y por el nulo interés que figuras como Noroña despiertan en el electorado guerrerense.
Eso derivó en burlas, memes y el súbito arrebato de cordialidad hacia el alcalde de Tlapa —a quien antes había llamado “alcalde pedorro”—.
Y para cerrar con broche de oro, insultó al senador Manuel Añorve llamándolo “perro”, obteniendo como respuesta que quien “solo ladra pero no muerde es él”, y que “le tiene miedo a Alito”.
Todo este espectáculo sería solo otro capítulo del folclor noroñista si no lo cruzara un elemento imperdonable: su misoginia abierta, su disposición a violentar verbalmente a una mujer en duelo y a desacreditarla solo por atreverse a exigir justicia.
Y ocurre, además, en una fecha que debería exigir responsabilidad y sensibilidad: el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.
Un día que recuerda que en México miles de mujeres siguen desaparecidas, violentadas, hostigadas, silenciadas.
Un país donde caminar es un riesgo y denunciar, un acto heroico; donde los expedientes se empolvan mientras la impunidad florece como si fuera política de Estado.
Este es un día para reconocer que la violencia contra las mujeres también nace y se normaliza desde el lenguaje, desde el poder y desde figuras públicas como Noroña, que prefieren minimizar a una alcaldesa antes que mirarse al espejo.
La memoria de quienes ya no están y la voz de quienes aún luchan exigen justicia real, políticas que funcionen y un país que deje de convertir la violencia en destino.
Porque sin seguridad ni dignidad para las mujeres, no hay futuro posible. Y, sobre todo, no debería haber espacio para la misoginia disfrazada de debate político.