Roberto Santos // En el ajedrez político mexicano, hay piezas que se creen reinas aun cuando el tablero ha cambiado.
Tal es el caso de dos figuras que durante años se han sentido intocables, encarnando un ego desbordado que hoy los puede colocar en el centro de investigaciones incómodas: Adán Augusto López y Ricardo Monreal.
Adán Augusto, exgobernador de Tabasco y exsecretario de Gobernación, enfrenta hoy un contexto enrarecido, donde las señales de la Fiscalía General de la República (FGR) apuntan hacia él.
Su nombre ya aparece en las conversaciones de pasillo y en las filtraciones de la prensa, como un actor político que podría enfrentar cargos serios.
Lo que comenzó con la huida de su excolaborador Hernández Bermúdez Requena —quien hoy se esconde en Brasil, un país sin tratado de extradición con México—, amenaza con escalar hasta alcanzar al propio exgobernador. ¿En Tabasco nadie movía nada sin que él gobernador lo supiera? Es una pregunta que se hacen muchos y que la justicia podría intentar responder pronto.
El ego de Adán Augusto se forjó al calor del poder estatal, donde se actuaba como si lo que él decía era ley, cosa que pretende repetir en la Cámara de Senadores, obviando que ese narcisismo choca con la realidad de no tener ya el control del tablero.
Y si de egos hablamos, Ricardo Monreal no se queda atrás.
El líder de la Cámara de Diputados, abogado y cuya familia está relacionada con empresas gasolineras, también ha sabido moverse entre los claroscuros del poder. Sin embargo, su relación con el negocio del combustible en un país asolado por el huachicol puede generar preguntas incómodas.
¿Puede Monreal asegurar que en las gasolineras familiares no ha pasado ni un litro de combustible robado? ¿El gobierno las someterá al mismo nivel de escrutinio que pide para otras?
La presidenta de México —sí, presidenta— tiene hoy el control efectivo del poder político.
Y aunque Adán y Ricardo hayan tenido sus acuerdos con el expresidente, sus tiempos ya no marcan la pauta.
Ya no podrán condicionar propuestas, presionar decisiones, negociar desde una supuesta equivalencia política.
Olvidaron que en la política mexicana hay una regla no escrita, pero bien conocida: no se desafía a quien está en el poder sin pagar un costo.
Ambos personajes se inscriben en una lógica patriarcal del poder. Se sienten indispensables, irremplazables, e incluso superiores.
Su narcisismo los llevó a creer que pueden imponer condiciones, incluso cuando el péndulo ya no se inclina a su favor.
Pero la política es dinámica, y hoy, el silencio puede ser más elocuente que los discursos.
No estaría de más que Adán Augusto -y Ricardo Monreal- pongan sus barbas a remojar.
Porque lo que se cocina en las fiscalías, y en los corredores del poder, puede terminar con el nombre de Adán Augusto inscrito no en placas conmemorativas, sino en expedientes judiciales.