Enfoque || René Juárez Cisneros, el político con una visión de largo alcance

 

Carlos Díaz Figueroa

Al conmemorar el cuarto aniversario luctuoso de René Juárez Cisneros puedo citar variadas tesis de la buena política que practicaba, aunque no todos pero algunos no les alcanzó el aprendizaje del ex Gobernador de Guerrero

René Juárez fue más que un político: fue un hombre de ideas claras, pragmático en el mejor sentido, y con una visión de largo alcance, de los que no hablaba por hablar, ni actuaba para los reflectores, en búsqueda del oportunismo.

En ese tenor, pensar que su legado en las diversas teorías puede centrarse o reducirse a actos de protocolo es quedarse corto a la continuidad del hombre que entrego lo que libremente le dieron los guerrerenses para representar y gobernar

A Juárez Cisneros no se le conmemora en un día. Se le honra todos los días, cuando se defiende la política con altura, cuando se gobierna con firmeza y sentido común, cuando se antepone el interés colectivo al ruido y la vanidad.

Lo anterior en respuesta a un hombre de esa talla que no necesita homenajes simbólicos, sino que se requiere darle continuidad en la visión en memoria con el alto grado de dirección y sentido de responsabilidad lo que heredó

A todos por igual, pero a René Juárez se le hablaba con respeto por ser un político de verdad, de esos que ya casi no quedan con inteligencia, firmeza y visión a través del liderazgo que para muchos es
imposible de comprender a cuatro años.

Entre otras formas de respeto a René Juárez se le trataba con formalidad, porque imponía con su sola presencia, lejos de ser de esos políticos de aparador: era un hombre serio, de fondo, de peso en la congruencia y la construcción de ideas.

Un cercano ex colaborador revels que “ahora hay quienes intentan aparentar cercanía, como si haber sido asistentes o estar cerca físicamente significara algo, porque una cosa es servirle café, y otra muy distinta ganarse su confianza”.

Nunca confundió lo formal con lo personal. Sabía jugar el juego, pero no se perdía en él. Fue un hombre inteligente, de esos que no necesitaban alzar la voz para hacerse notar. Nunca fue de desplantes ni de teatralidades.

“Quienes lo conocimos de verdad, sabemos que lo que más valoraba no eran los títulos, ni los apellidos, ni las fotos, le importaban los gestos concretos, la lealtad silenciosa, la capacidad de estar sin estorbar y hablar cuando realmente hacía falta”, continúo recordando, el cercano colaborador

Por ello, los homenajes no deben ser una réplica superficial de las tradiciones colectivas, deben ser actos íntimos, deliberados, casi estratégicos, de ritual propio, sin que los protocolos se conviertan en medio del trámite y relleno, sin propósito.

Y efectivamente aunque haya incomodidad en tiempos políticos adversos, donde la forma suele imponerse al fondo, no es momento para homenajes huecos en una época de simulaciones simbólicas ni de liturgias sociales sin contenido.

A quienes realmente perdieron a René Juárez —no solo en el cargo, sino en la vida— les corresponde honrarlo con la única moneda que él respetaba: la congruencia, porque los demás es un ruido silencioso entre la ingratitud y la simulación