Roberto Santos // Por el bien de todos, es momento de que el gobierno federal actúe con firmeza y rompa el círculo de violencia que se ha instalado en la capital guerrerense.
La situación que vive Chilpancingo no puede seguir siendo tratada con indiferencia ni con operativos meramente simbólicos que poco o nada resuelven.
La violencia irracional no se combate con más violencia ni con presencia pasiva de fuerzas de seguridad.
Se requiere inteligencia, estrategia y, sobre todo, voluntad política para restablecer el orden y garantizar la paz.
Permitir que grupos antagónicos conviertan la ciudad en un escenario de guerra es condenar a la población al sufrimiento cotidiano, al deterioro económico y a un daño social y psicológico difícil de revertir.
La gobernabilidad es una necesidad básica para el desarrollo y la vida digna de los ciudadanos.
No se puede hablar de un estado funcional si su capital está sitiada, sin transporte, sin comercio y con la amenaza constante de enfrentamientos armados.
¿Cuánto más podrá resistir la economía local sin que la gente pueda trasladarse a sus trabajos, abrir sus negocios o vivir con normalidad?
Es urgente que el gobierno federal deje de ser un testigo mudo, que no se limite a enviar camionetas repletas de policías o elementos de la Guardia Nacional solo para observar o realizar operativos ineficaces.
Se requiere una intervención integral, coordinada y con visión de largo plazo para restaurar la seguridad, la economía y la confianza ciudadana.
La estabilidad del gobierno municipal y estatal está en juego.
Y con ella, la credibilidad de las instituciones.
Cada día que pasa sin una acción contundente, crece el riesgo de un enfrentamiento armado que podría desatar consecuencias mucho más graves.
Apaguemos el fuego antes de que la pradera arda.
Porque si esperamos demasiado, puede ser demasiado tarde.