Zona Cero || La política del escándalo: caso Abelina López


Roberto Santos // A la maestra Abelina López, presidenta municipal de Acapulco, le gusta más el ruido que las nueces.

Y en vez de sacar las facturas, prefiere sacar la gente a la calle para redimir su maltratado ego.

Eso sí, cuando se trata de hablar de los casi 900 millones de pesos del gasto fiscal 2023, la cosa se pone más turbia que el agua de la bahía después de una tormenta.

La Auditoría Superior del Estado (ASE) está tocando la puerta, pero Abelina insiste en que ellos “no tienen vela en ese entierro” porque, según ella, los recursos son federales. Como si eso la eximiera de rendir cuentas. ¡Qué bonita forma de lavarse las manos! Pilatos se queda corto.

Y es que si ya tiene las facturas, los comprobantes y las fotos de las obras con moño rojo, ¿para qué tanto brinco si el suelo está parejo?

Que los muestre y asunto arreglado. Pero no. Aquí se prefiere el show, el drama, el papel de víctima.

Más que una rendición de cuentas, esto parece un casting para telenovela.

Abelina López recurre a lo más básico como estrategia, enojarse y no comprobar. Recurre a lo que otros ya han hecho.

Mientras tanto, la sospecha crece: se dice que en 2023 se pagaron obras públicas por adelantado a empresas “cercanas” para que se apuraran con la talacha a inicios de 2024.

Bajo ese esquema, las obras se terminaron de construir en junio del 2024, pero las facturas deben ser del año 2023.

Esa es la duda que ronda el tema: que la presidenta no tenga las facturas de las obras ya que deben ser del 2023, de acuerdo al ejercicio fiscal correspondiente.

Lo que es más seguro es que debe contar con un súper equipo de abogados y no se diga de la calidad de sus asesores que contribuirán en el diseño de la estrategia defensiva.

Porque se comenta en los pasillos del ayuntamiento y en los cafés, que algunas empresas, tras recibir el dinerito, levantaron el vuelo como gaviotas playeras. Se olvidaron de la obra, de la presidenta… y de las facturas.

Por lo que Abelina se quedó sin poder hacer algunas obras y sin comprobantes y –dicen– sin los recursos.

El tiempo para justificar el gasto ya caducó.

Cómo no hay manera de explicar lo inexplicable, lo más fácil es echarle la culpa a la ASE, a los adversarios políticos, al sistema, a la prensa… menos a su propia gestión.

Pero aún hay salida.

Si en serio tiene cómo probar que esos 900 millones no se evaporaron como el presupuesto del Fonden o de Segalmex, solo tiene que mostrar las facturas y la lista de obras.

Y quien quiera puede ir a checar si de verdad existen o no.

La presidenta daría la cara con papeles, no con discursos.

Y así le tapa la trompa a sus detractores, incluido el que esto redacta.

Con eso, cambiaría el rumbo de la conversación y, de paso, mejoraría su imagen justo cuando se vienen los jaloneos por la candidatura a la gubernatura.

Pero si no lo hace, no será porque no tuvo oportunidad… será porque no tuvo con qué.

Porque ya lo dice el dicho: “El que nada debe, nada teme. Y el que no muestra, algo esconde”.