Roberto Santos // Parece que Chilpancingo está condenado a vivir bajo el lodo cada temporada de lluvias.
A la primera tormenta, las calles se vuelven ríos, las casas se anegan y las familias agarran sus cubetas para sacar el agua de sus patios.
La culpa, dicen algunos, es de la naturaleza. Pero no. La culpa tiene nombre, rostro y hasta permisos mal habidos: son los especuladores del desastre, los vendedores de cerros, barrancas, aliados de funcionarios corruptos.
La geografía de Chilpancingo es compleja, sí. Los cerros altos y las decenas de barrancas que desembocan en el centro, particularmente en el río Huacapa, hacen que el riesgo de inundación esté siempre latente.
Pero lo que era una vulnerabilidad natural se ha convertido en un desastre provocado, por la codicia de unos cuantos y la omisión de otros tantos.
Hoy, cualquiera que tenga una pala y un lote en la mira se cree urbanizador. Hay quienes siguen lotificando los cerros sin ningún control, abren calles sin planeación, desmontan laderas sin permiso y tiran la tierra directamente a las barrancas.
Esa tierra la recibe la gente de abajo en forma de toneladas de lodo y piedras al frente y dentro de sus casas.
Y lo más grave: siguen vendiendo las barrancas.
Vendedores sin escrúpulos engañan a familias necesitadas ofreciéndoles un pedazo de tierra en zonas de alto riesgo. Diez mil pesos para un pedazo de barranca, es el costo.
Les prometen servicios y regularización, cuando en realidad los están condenando a vivir entre el riesgo y la necesidad.
Luego, cuando las lluvias hacen lo suyo y las casas se inundan o colapsan, aparecen como víctimas, exigiendo apoyo oficial y censos del Bienestar.
Hay también quienes invaden zonas federales, sin importar que el suelo no esté apto para vivienda.
Lo alarmante es que hasta funcionarios municipales y líderes de colonias corruptos les han ayudado a conseguir documentos oficiales, servicios básicos, conectándolos a redes de agua y drenaje ya rebasadas, provocando que se revienten los tubos y se colapse la infraestructura que sí estaba planeada.
No hay pretexto para seguir ignorando lo que sucede en Chilpancingo.
Es momento de que el presidente municipal, Gustavo Alarcón Herrera, actúe con firmeza. Si no pone orden, si no se frena de inmediato la venta ilegal de cerros y barrancas, su administración pasará limpiando calles y contando damnificados, víctimas de la inacción y de la permisividad oficial de anteriores administraciones.
Es necesario que haga una depuración de aquellos y aquellas que tiene en Invich y catastro.
El municipio no puede seguir creciendo a machetazo limpio. Hace falta una política de ordenamiento territorial real, con estudios técnicos, con visión de futuro y con voluntad para decir “no” cuando se deba decir “no”.
Sí, hay necesidad de vivienda. Pero no todo terreno es habitable, y no toda promesa de tierra es una solución.
La verdadera justicia social no está en dejar que cada quien construya donde quiera, sino en garantizar que las familias vivan en condiciones seguras, legales y dignas.
Lo demás es caos. Lo demás es negocio sucio disfrazado de oportunidad.
Y ese negocio, hoy por hoy, está ahogando a Chilpancingo.