De Frente || La estulticia en Acapulco

Por: Miguel Ángel Mata Mata

ACAPULQUEÑA, LINDA ACAPULQUEÑA

Por detrás de la catedral de Nuestra Señora de La Soledad, por donde se venden elotes y esquites, cada tarde, hay un callejoncillo angosto, por donde cabe, acaso, un auto particular. Por esa callecita se llega a lo que fue la casa de José Agustín Ramírez.

Para los funcionarios, de los nuevos gobiernos, el nombre de este señor no dice nada de nada. Tal vez será un tal José Agustín. Tal vez venda elotes, tal vez esquites. A lo mejor, para ellos, es un señor que sale a vender donas con chocolate a las playas del puerto.

Pero cuando escuchamos una melodía que rasga el sentimiento con la voz de ese José Agustín, que canta a la “Acapulqueña, linda acapulqueña”, entonces ya sabemos que se trata de un personaje, nacido en el puerto, al que se le puede presumir.

Pero no. Ni un recuerdo.

La casa del compositor, a la que se llega por esa delgada calle, es destruida desde hace algunas semanas. Es por la calle frente a la escuela primaria Gonzalo N. Ramírez, sobre la calle De Francisco I. Madero.

Se suben 351 escalones por ese andador, y 15.2 metros antes de llegar a la calle Lerdo de Tejada, donde quedan los restos de una casa de adobe, sin techo, porque ya la destruyen, donde vivió el compositor.

En otros lugares, en otros sitios, la autoridad local se preocupa por casas como la que es destruida y la convierten en museos a donde pueden ser llevados los turistas para que aprecien la silla, el piano o la guitarra con la que Don Agustín compuso sus bellas melodías. O a lo mejor para sentarse en la cama donde la amada de José Agustín lo traicionó con el mozo.

Aquí, por lo contrario, la estulticia es una carga que no es pesada de llevar y casas, como esa, dan paso a la destrucción, con el pretexto de la modernidad y el progreso.

RELOJ NO CUENTES LAS HORAS

Por ahí cerca de esa calle angosta, se puede llegar al barrio del Pozo de la Nación. Hoy, por las tardes, los vecinos bajan a cenar deliciosos platillos típicos de Acapulco. En esa plazoleta, hace ya muchos años, los guitarristas de la ciudad se reunían a rasgar sus cuerdas y cantarle a la luna.

En ese barrio nació, un 30 de mayo de 1933, Leonel Polanco Gálvez.

Otra vez. Los estultos no saben quién es este icónico personaje, pero, si han escuchado, una potente voz que, como primera voz de tríos como Los Tres Caballeros, nos han hecho soñar con el romance al escuchar melodías como La barca, El reloj, Chamaca, Regálame esta noche y Noche no te vayas.

Por ahí, cerquita, en el Barrio de El Capire, nació otro ilustre músico llamado Jordi Ramiro Lobato, tenor que triunfó, con su talento, en Europa.

Ni en el barrio de El Pozo de la Nación, ni en el barrio de El Capire, existe alguna placa o algún monumento que recuerde a este par de triunfadores acapulqueños.
¿Acaso hay algún recorrido, ofrecido a turistas, para que vean la casa, sus asientos o se escuchen sus melodías?
Nada de nada.

La estulticia de algunos, se dice, es la causa de sus desgracias.
Para casos como estos, aplican a la actividad turística de Acapulco.

LA PATRIA ES PRIMERO

El 21 de abril de 1914, un joven marino mexicano, a los diecinueve años de edad, montó una metralleta en las calles de Veracruz y se enfrentó, a balazos, al ejército estadunidense, cuando éstos invadieron el territorio mexicano en el puerto de Veracruz.

El jovencito se enfrentó a las tropas gringas hasta que balas de francotiradores le dieron en ambas piernas y uno de sus brazos. Herido y atendido por médicos mexicanos, y sin medicinas, rechazó la ayuda médica ofrecida por el enemigo.

Después de la batalla el almirante estadounidense, Frank Friday Fletcher escuchó de las acciones de Azueta. Quiso dialogar con él a través de un mensajero, solicitando si podría visitar al defensor caído y mostrarle sus respetos.

Ese valiente se llamó Luis Felipe José Azueta Abad y nació un 2 de mayo de 1895 en el puerto de Acapulco.

La casa donde nació el teniente Azueta sigue ahí, en la calle que baja de La Quebrada, pasa por la CAPAMA hasta la costera, y que lleva su nombre, en el centro de la ciudad. Antes hubo una placa donde se leía que el héroe había visto su primera luz de vida en ese sitio.

Hoy nada de nada. Ni una placa. Ni algún recorrido a turistas para que les informen que, en ese sitio, habría nacido uno de los valientes héroes que defendieron a México de la invasión gringa.

Para este caso podemos sostener que es preferible la ignorancia a la estulticia, al menos la ignorancia puede ser subsanada pero, aquí, ni una ni otra.

REGENERACIÓN

Al caminar, desde la esquina del Sanborns, hasta la calle Cinco de Mayo, se puede llegar a una banqueta pletórica de vendedores semifijos y otros negocios establecidos que ocultan otra histórica casa, que es donde vivió Juan R. Escudero.

Esa calle, desde la avenida Cinco de Mayo, hasta la costera, se llamó Juan R. Escudero, en homenaje a éste héroe, pero, por instrucciones del que fue alcalde de Acapulco, Evodio Velázquez Aguirre, le fue retirada la nomenclatura y desde entonces borró el nombre del epónimo líder sindical.

Juan Ranulfo Escudero Reguera nació en Acapulco el 27 de mayo de 1890. Fue un líder sindicalista obrero y estadista mexicano de ideología liberal-socialista.

Se le caracterizó por su lucha a favor de los derechos del pueblo, contrario al régimen opresivo de los ricos españoles que tuvieron gobernadas, mediante el comercio, las costas de Guerrero en la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX.

Fundó el Partido Obrero de Acapulco, en el cual, fue postulado candidato a la presidencia municipal de Acapulco, triunfando como el primer partido de oposición en el puerto a finales de 1919.

Meses después, ya en 1920, funda el periódico “Regeneración”, medio que difundía las injusticias y corruptelas del poder político en la costa guerrerense de aquel entonces.

Después de numerosos atentados contra su vida por parte de los sicarios al servicio de la oligarquía española que controlaba a Acapulco, en diciembre de 1923 finalmente fue ejecutado por Fausto Morlet.

La casa de Escudero ahí sigue. No hay algún recorrido ofrecido a turistas para decirles que ahí vivió Don Juan. En lugar de un museo, hoy, su casa, es ocupada por comercios propiedad de los ricos a los que él combatió.

¡Qué Paradoja!

Para este caso, y si usted conoce al alcalde que eliminó el nombre de Escudero de la calle donde vivió el líder, vale la recomendación:

La estulticia puede ser contagiosa, evite el trato con personas estúpidas.

EL PANTEÓN

Por lo que aún es la carretera que lleva a Costa Grande, o para mayores señas, por el Coppel Bahía, se levanta una barda de no mas de cuatro metros de altura, pero casi doscientos metros de extensión.

Adentro de la propiedad se aprecia maleza crecida. Árboles que impiden ver lo que hay dentro. Se trata del Panteón de San Francisco, uno de los mayormente antiguos de Acapulco.

En otros lugares del mundo, sitios como ese se han convertido en atractivos turísticos que dejan, inclusive, ingresos extra al municipio.

No hay recorrido alguno que se ofrezca a los turistas. No hay un plan para remozar las viejas y hermosas tumbas que ahí siguen, de pie, como esperando que la estulticia de Acapulco termine, alguna vez, en una tumba, como esas.

Pero no. La historia no miente. Una, y otra vez, nos confirma que la estulticia, en Acapulco, es inmortal.

OTROS MONUMENTOS

De no ser adoradores de la estulticia, a la que queman incienso de ignorancia, se podría presumir, con recorridos guiados a los turistas, el hermoso inmueble donde se albergó el Cine Tropical.

Se trata de un teatro con techo movible que sobrevive al tiempo ahí, en la avenida Cinco de Mayo.

Podría ser objeto de otra visita guiada el edificio donde sesionan los ingenieros y arquitectos, en la avenida Universidad.

Ahí están las columnas de hierro que Eiffel, el constructor de la torre que lleva su apellido, en París, trajo al puerto para construir una casa que fue derribada por el alcalde, Alfonso Argudín ahí, donde comenzaba la calle Juan R. Escudero, esquina con Cinco de Mayo y calle Progreso.

Un alcalde que presumió de inteligente en su campaña, hizo de la estulticia un monumento. Inventó el mito de que, en la casona de la familia Stephens, habría vivido el Benemérito, Benito Juárez y, por eso, instaló una casa de la cultura.

De nada le valió que una hija de aquel Stephens le aclarara que, cuando su padre construyó esa casa, Juárez había muerto treinta años atrás. La única coincidencia de esa casa, con Juárez, es que se ubica en la calle Benito Juárez, esquina con Felipe Valle.

Pero Juárez si vivió en Acapulco. La casa que ocupó pertenecía a Diego Álvarez, hijo de Juan.

Esa casa resiste, aún, el paso del tiempo. Tiene dos plantas y se encuentra en lo que hoy es la plazoleta a Sor Juana Inés de la Cruz, al fondo del zócalo, a un costado de la catedral y cerquita del viejo palacio municipal.

Pero nadie dice nada. Nadie la presume.

La autoridad, estulta, desperdicia un inmueble que, como museo, sería impresionante atractivo para propios y extraños.

Pero, no se les da. No, pues, se les da.

ESTULTICIA

La estulticia, en términos generales, se refiere a la necedad, la estupidez o la falta de juicio.

Ahora que dicen devolverán al puerto su vitalidad para recibir al turismo con otras y mejores opciones, no estaría de mas expulsar la estulticia de entre quienes toman decisiones en una ciudad que cada día se torna caótica y que, es una paradoja, tiene frente a sus narices potenciales atractivos a los que les haría falta, nomás, una manita de gato.

¿Pueden imaginar que alguien cambió el nombre de Sinfonía del Mar? Esa impresionante obra arquitectónica sobre los acantilados es, en efecto, una Sinfonía del Mar. Pero le han impuesto el nombre de Amor Eterno. ¡Válgame San Estulto!

¿Pueden imaginar que aparecen nombres de reguetoneros en banderolas pagadas con dinero público? ¿Y Clemente Mejía Ávila, Apolonio Castillo o los antes aquí descritos?

¿Qué le vamos a hacer”?

Cuando la estulticia se convierte en un hábito en la toma de decisiones, no hay nada mas qué hacer.
POR AMOR A DIOS
Vamos.

Inclusive no se promueve el turismo religioso teniendo un beato acapulqueño a quien la iglesia católica rinde homenaje cada mes de agosto. Fray Bartolomé Díaz Laurel fue un beato mártir mexicano, nacido en Acapulco, Guerrero, alrededor de 1599.

Se distinguió por su labor misionera en Japón, donde fue apresado y quemado vivo en Nagasaki en 1627, junto con otros mártires.

Fue beatificado por la Iglesia Católica y su fiesta se celebra el 16 de agosto.

NI HABLAR

Ni hablar, le dijo La Tucita a Pedro Infante en una de sus películas.
Ni hablar. Aquí nos tocó vivir.