Zona Cero || Abelina y el teatro del poder

Roberto Santos // A la alcaldesa de Acapulco, Abelina López Rodríguez, le encanta repetir que no sabe mentir ni robar. Pero si el autoengaño fuera delito, ya estaría cumpliendo condena.

La presidenta salió a defender a los policías municipales capturados con un costal lleno de armas largas.

Según ella —y su ya insalvable necesidad de posar como heroína municipal— no hubo delito alguno, no hubo usurpación de funciones, y los uniformados ya habían sido liberados. Incluso el director de Seguridad Pública insistió en que todo se trataba de una distorsión mediática.

Pero circula un documento de la Sedena donde señala que las armas son de dudosa procedencia, y no se hacen responsables de las mismas, y que en 2025 no se han renovado las licencias para portación de armas.

¿Entonces quién miente? ¿El Ejército o la presidenta? Porque alguien está falseando la realidad, y sinceramente, no parece ser quien porta las insignias federales.

Este escándalo no llega solo. Es el telón de fondo para lo que promete ser su “gran informe de gobierno”, un evento de oropel programado para el 12 de septiembre, para lo que están pidiendo cerrar negocios, y se supone que para silenciar las calles, fingir entusiasmo y, por supuesto, no interrumpir la gloriosa narrativa oficial.

Porque parece que Abelina no solo informa: exige reverencia. Como si se tratara de una reina iluminada por la gracia divina, su administración ha mandado cerrar los comercios desde el día anterior al evento, bajo amenazas de multas y clausuras. El delito: trabajar mientras la alcaldesa celebra su año de gobierno.

Pequeños comerciantes de la avenida Urdaneta y sus alrededores, obligados a cerrar sin compensación ni justificación lógica, han levantado la voz. Y tienen razón. El culto a la personalidad ha reemplazado el respeto institucional.

Lo que debería ser un ejercicio de rendición de cuentas, se ha transformado en una puesta en escena autoritaria, financiada con recursos públicos y legitimada a través del miedo.

Pero el maquillaje no alcanza a cubrir la inoperancia. En campaña, Abelina prometió seguridad, pozos, agua, infraestructura y modernidad.

Pero el agua sigue sin llegar, los colectores no existen, y los proyectos estrella brillan solo en el papel.

El famoso “Puente de la Esperanza” no conecta a nadie con nada, y de los más de 5 mil millones de pesos en promesas, no hay ni rastros ni resultados.

Peor aún: 898 millones de pesos destinados supuestamente a obra pública no han sido comprobados, de acuerdo a la ASE, aunque la alcaldesa dice que se usaron en 511 obras. ¿Dónde están? ¿Quién las vio? Porque ni en el portal de transparencia hay pruebas claras. Solo adjudicaciones directas, contratos opacos, proyectos repetidos y ubicaciones fantasmas.

La realidad de Acapulco no se construye con boletines ni con discursos. Se mide en calles sin pavimentar, en colonias sin agua, en comerciantes perseguidos por querer trabajar, y en ciudadanos cada vez más escépticos ante una administración que gasta más en autocelebrarse que en servir.

Parece que Abelina López no gobierna: actúa. Su gestión es de promesas, donde la escenografía importa más que la función.

No hay datos, no hay resultados, solo el eco de una voz que se repite a sí misma como mantra: “yo no miento, yo no sé robar”.

Y mientras la alcaldesa ensaya su discurso triunfal, el pueblo carga cubetas, cierra sus negocios, y observa —cada vez con menos paciencia— cómo la política se degrada en una farsa autoritaria que solo beneficia a quien se mira al espejo con coronas imaginarias.