Zona Cero || Cuando el amor se disfraza: violencia, morbo y perdón

Roberto Santos // En una sociedad donde la violencia se ha normalizado y el espectáculo morboso vende más que la verdad, la relación de pareja se convierte, cada vez más, en un escenario perverso donde los golpes, los gritos y las lágrimas no solo son reales, sino también parte del guión.

El amor deja de ser un vínculo afectivo para convertirse en un drama público en un show mediático que alimenta el morbo colectivo.

En lugares como Chilpancingo, donde la violencia no sorprende pero sí entretiene, hay quienes convierten su vida íntima en capital político.

Algunas personas, sin más herramientas que un celular y con la necesidad urgente de atención, transmiten en vivo sus conflictos amorosos como si fueran parte de un reality show, y entre más sangre más impactante, y más vistas obtiene.

No importa si por las amenazas y golpes se rompe la dignidad o la ley. Lo importante es generar vistas, atención instantánea y una imagen de “superviviente” que, lejos de empoderar, revictimiza y perpetúa el ciclo.

Sin embargo, el camino de romantizar la violencia de pareja para obtener vistas y victimizarse habla de algún tipo de trastorno mental.

El discurso del perdón como solución mágica, acompañado de frases como “estamos trabajando en nosotros” o “iremos a terapia”, puede ser legítimo cuando parte de un compromiso real.

Pero cuando se usa como acto final de un show transmitida al público, se convierte en una herramienta simbólica que banaliza el sufrimiento y justifica lo injustificable.

Más grave aún es cuando esta narrativa se ve aderezada por el consumo de sustancias que se enlazan con la toxicidad emocional mutua que solo aumenta la peligrosidad del vínculo.

En realidad aquí no hay amor; hay dependencia, manipulación y una estructura violenta que se repite como una telenovela sin fin, en donde el clímax es la amenaza de muerte, y la reconciliación, una escena de lágrimas y abrazos ante la cámara de un celular,

Se promete sanación. Se anuncia terapia. Se pide no juzgar. Pero mientras tanto, se envía un mensaje profundamente dañino: que el amor implica sufrimiento, que los golpes pueden ser parte del proceso, y que la violencia se cura con tiempo, perdón y “más amor”.

Esta narrativa es peligrosa, especialmente para las mujeres jóvenes que consumen este contenido y que pueden empezar a creer que una relación violenta es apasionada, intensa, y por lo tanto, válida. Se convierte en un modelo a seguir disfrazado de superación.

Exponer una relación violenta al ojo público bajo el disfraz de empoderamiento no solo resta seriedad al problema, sino que también lo convierte en entretenimiento, en un Reality show improvisado.

Sin embargo, como sociedad, tenemos que dejar de premiar el morbo, el show violento y comenzar a cuestionar la romantización de la violencia.

La violencia de pareja no es un espectáculo. Y quienes la usan como plataforma para ganar likes y miles de vistas, están trivializando vidas que en el futuro podrían perderse.