Zona Cero || Corrupción, muertes y silencio

Roberto Santos // Dos marinos muertos en dos días. Uno, “suicidado”, porque se supo que recibió presuntamente 100 mil pesos para hacerse de la vista gorda frente a un buque cargado de combustible.

Después “Batman” Hartfuch informó que hay al menos 200 órdenes de aprehensión en proceso. Nada menor. Y eso, claro, levanta polvareda.

En México el río de la corrupción no lleva agua. Arrastra cadáveres, silencios forzados y complicidades añejas.

Y en estos casos, el hilo siempre se rompe por lo más delgado. Se dice que el marino que ayer se suicidó habría aceptado un soborno de 100 mil pesos.

Otros —según se dice— cobraron hasta un millón 700 mil. ¿Por qué se “suicida” el que menos cobró? ¿Quién tiene interés en romper la cadena justo en el eslabón más débil?

La narrativa oficial siempre es cómoda: suicidio, accidente, error humano. Pero el contexto lo vuelve todo sospechoso.

Y aquí es donde se plantea la gran pregunta: ¿hasta dónde llega la red del huachicol? ¿Cuántos están realmente involucrados, y por qué parecería que hay un interés tan claro en no llegar más arriba?

Durante mucho tiempo, la Marina fue considerada una de las instituciones más limpias del país. Más confiable que las policías estatales, más disciplinada que el Ejército, menos expuesta a la tentación del crimen organizado.

Pero el dinero, en un país donde la impunidad es la norma, puede más que el honor.

La corrupción no es genética. Es cultural, sí, pero también estructural. En países como Italia, la infiltración de la mafia en las fuerzas del orden dejó una herencia de violencia, miedo y silencio.

En Colombia, durante el apogeo de los carteles, los sobornos a la policía y al Ejército eran parte del modelo de negocios. ¿Estamos en México ante una situación similar con el huachicol?

La cultura del “no pasa nada” alimenta estos comportamientos. Si robar no tiene consecuencias, si los castigos son selectivos y si el sistema protege a los grandes mientras sacrifica a los peones, entonces corromperse no solo es posible: es lógico.

La muerte del segundo marino —un capitán que este martes supuestamente falleció durante una práctica de tiro— genera aún más dudas.

Como si alguien hubiera escrito un guión para borrar las pistas que podrían llevar a las verdaderas cabezas de la red de corrupción. ¿Será que estamos viendo una “limpieza interna”? ¿Será que los marinos que saben demasiado se están volviendo prescindibles?

Este tipo de muertes no solo revelan una lucha de poder al interior de la Marina, sino también algo mucho más profundo: una descomposición institucional donde ya no es posible saber quién obedece a quién. Si la Marina se corrompe, ¿qué nos queda?

La corrupción en México no es una excepción: es una forma de gobierno paralela. La diferencia es que cuando esa corrupción toca a las fuerzas armadas, la cosa se vuelve más delicada.

Porque en teoría, los militares y marinos están para protegernos de todo eso. Si ellos también caen, ¿quién queda para salvarnos?

Necesitamos una reforma institucional profunda. No basta con castigar a unos marinos de bajo rango: hay que revisar toda la cadena de mando, los contratos de compra de combustible, las concesiones portuarias y el papel de las grandes empresas energéticas.

Tal vez nunca sepamos quién mató a esos marinos, o si realmente se suicidaron. Tal vez las investigaciones terminen en un archivo, como tantas otras.

Pero cada muerte muestra una verdad incómoda: el sistema está podrido. Y si no se enfrenta con justicia y con verdad, seguirá cobrando vidas —de marinos, de civiles, de todos.