Roberto Santos // En medio de la devastación que dejaron huracanes como Otis y John, en una zona ya históricamente vulnerable como lo es Acapulco, Guerrero, surgen voces que no se quedan en lamentar los daños, sino que actúan con visión y compromiso.
Una de ellas es la del ingeniero Julio Santos García, cuya labor ha ido mucho más allá del diagnóstico: ha decidido hacer propuestas concretas, levantar la voz y organizar esfuerzos ciudadanos en favor de la prevención, la ecología y el futuro de Acapulco.
Santos García no es nuevo en estas luchas. Al frente del equipo que retiró toneladas de basura tras el desastre de Otis, su experiencia directa con las consecuencias del cambio climático lo llevó a profundizar aún más en los temas que realmente importan.
Producto de esa reflexión nació su libro “El huracán Otis: presagio del fin del mundo”, un texto que no sólo documenta los estragos del fenómeno natural, sino que advierte, con claridad científica, sobre la urgencia de contar con radares meteorológicos en Guerrero, Oaxaca y Chiapas.
Hoy por hoy, estos tres estados —de los más golpeados por huracanes en las últimas décadas— carecen de infraestructura mínima para el monitoreo meteorológico en tiempo real.
Esta carencia es aún más grave ante la reciente decisión de Estados Unidos de suspender el intercambio de datos meteorológicos con México, lo que podría dejar a la región completamente a oscuras frente al embate de futuros fenómenos naturales.
Julio Santos no ha esperado a que el gobierno reaccione. Con el respaldo de organizaciones sociales y gremiales, entregó un oficio en Palacio Nacional dirigido a la presidenta Claudia Sheinbaum, y otro en la Cámara de Diputados, solicitando incluir en la agenda legislativa la instalación de radares especializados.
Incluso presentó un modelo del radar necesario, cuyo costo es de 3.5 millones de dólares, una inversión pequeña comparada con las vidas y bienes que se podrían salvar.
Su lucha no se queda sólo en la prevención meteorológica. Santos ha sido también una voz firme en la protección de la Bahía de Santa Lucía, proponiendo que sea declarada sujeto de derecho, una figura legal que permitiría defenderla como entidad viva ante tribunales y detener así su sistemática contaminación.
Esta propuesta fue llevada también a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), que ya se comprometió a iniciar el trámite para emitir una recomendación oficial.
La labor de Julio Santos nos recuerda que la defensa del medio ambiente, la ciencia aplicada y la participación ciudadana no deben estar reñidas.
Hay personas que actúan donde otros sólo opinan, y que entienden que no se trata sólo de reconstruir Acapulco tras cada huracán, sino de prevenir que la tragedia se repita.
En tiempos donde la política suele ocuparse más de lo inmediato que de lo importante, es necesario reconocer y respaldar a quienes se atreven a pensar en el largo plazo, en la vida de las futuras generaciones y en el derecho de la naturaleza a existir.
Acapulco no puede esperar más. Guerrero necesita radares. Y la bahía de Santa Lucía, al igual que sus habitantes, merece ser protegida. Por eso, la voz de Julio Santos no debería ser sólo escuchada. Debe ser atendida.