Celestino Cesáreo Guzmán // Desde las alturas entre la intensidad verde de una de las columnas que sostienen la Sierra Madre del Sur, se ven con fuerza los destellos del inconfundible mármol blanco que adornan muchas de sus calles y sus pintorescas casas blancas de teja roja. Ese es Ixcateopan de Cuauhtémoc, donde el viento lleva susurros antiguos. Un rincón que guarda la memoria profunda de nuestra nación.
Ixcateopan, que significa el templo del algodón, fue un valle donde los chontales y mexicas dejaron huella y sembraron raíces de historia y resistencia: hoy es un pueblito de dos mil quinientos habitantes, la mayoría campesinos, algunos ganaderos, varios de ellos artesanos de la madera y el mármol blanco, éste último símbolo de lujo y riqueza en todo el mundo, aquí un material que se encuentra casi en cada salida del pueblo. Sus casas de muros encalados y techos de teja roja no son simples construcciones: son custodios silenciosos de una historia que se niega al olvido.
En 1949, el hallazgo de restos humanos atribuidos a Cuauhtémoc, el último rey tlatoani mexica, convirtió a este pequeño poblado en altar vivo de la identidad mexicana. Más allá de las dudas que acompañaron la noticia, el hecho transformó a Ixcateopan en un santuario de la memoria.
Desde entonces, cada año, miles de visitantes llegan a rendir tributo al “abuelo joven”, aquel que en su juventud encarnó la dignidad, enfrentó la tormenta de la conquista con valentía, y que en tierra guerrerense encontró reposo, no como vencido, sino como semilla eterna de esperanza. El hijo que no se rinde; el orgullo y la resistencia de un pueblo.
Durante la ceremonia conmemorativa, el templo de Santa María de la Asunción se transforma en escenario sagrado y a la vez prueba viva de la fusión entre la religión de los conquistadores españoles y la cosmovisión de los pueblos originarios.
Los tambores marcan el pulso de la tierra, mientras los caracoles resuenan como llamado ancestral a los dioses y a los hombres. El humo del copal asciende lento, dibujando en el aire figuras que parecen puentes hacia el pasado, y las flautas de caña, con su sonido agudo y místico, acompañan las danzas prehispánicas que dan vida a un espectáculo impresionante: cuerpos en movimiento, vestimentas bordadas con plumas y símbolos, pasos que evocan la grandeza de los mexicas. Es un ritual que no solo recuerda, sino que revive, que no solo honra, sino que sacude el alma de quienes lo presencian.
El reconocimiento oficial llegó en 2023, cuando Ixcateopan fue declarado Pueblo Mágico. Esta distinción es fruto del esfuerzo de la entonces presidenta municipal Naucelia Castillo Bautista, las autoridades estatales y federales, pero sobre todo de su gente, que ha sabido resguardar la herencia cultural y al mismo tiempo abrir su pueblo al mundo. El nombramiento no es un adorno, es una oportunidad: detonar la economía, atraer turismo, generar empleos y dar valor a lo que por siglos ha tenido valor incalculable.
Hoy más que nunca se hace necesario un llamado al Gobierno del Estado de Guerrero y a la Secretaría de Turismo estatal: reforzar la promoción de Ixcateopan no sólo es una estrategia turística, es un acto de justicia con la historia y con las familias que habitan este lugar. Que la grandeza del último tlatoani se convierta también en grandeza económica para su pueblo, que los ecos de los tambores prehispánicos marquen no sólo la memoria, sino también el futuro de esta tierra. Veremos.