Roberto Santos // Mientras los vecinos de la colonia 20 de Noviembre bloqueaban, otra vez, la carretera México-Acapulco por la falta de agua —ese pequeño detalle llamado “servicio básico”— la presidenta municipal de Acapulco, Abelina López Rodríguez, presentaba con entusiasmo su libro “La adversidad, mi mayor fortaleza: una historia de lucha”.
En su opinión, si hay algo más importante que brindar agua potable, es contar cómo se ha sobrevivido sin ella… aunque se esté en el poder.
En un acto que conjugó la resiliencia con el escapismo, la alcaldesa decidió enfrentar la crisis de gobernabilidad con una estrategia política: victimizarse.
Mientras los tanques de agua brillan por su ausencia, lo que sí abunda son ejemplares impresos de su relato, donde, entre páginas y frases de superación, deja claro que su administración puede estar seca, pero ella fluye en tinta.
Y no podía faltar la alegoría literaria: Guerrero como Macondo. Solo que en lugar de mariposas amarillas o levitaciones poéticas, en este Macondo de la Costa lo que flota es la basura, lo que falta es el agua, y lo que abundan son los muertos, y hay exceso de retórica.
Porque la presidenta se compara con los personajes de García Márquez, pero omite mencionar que en Cien años de soledad también hubo olvido, aislamiento y un pueblo condenado a repetir su historia… justo como Acapulco que votó por ella.
Lo curioso es que en lugar de asumir el papel que le corresponde —el de autoridad pública responsable—, Abelina se esmera en tallar su estatua emocional: “víctima de la persecución”, “hija del pueblo”, “ejemplo de lucha”.
Toda una épica personal que parece buscar redención, no resultados.
Porque, claro, es más cómodo narrar el pasado que solucionar el presente. Más fácil es citar a Gabo que reparar una bomba hidráulica.
“Ya no me digas que la bomba está descompuesta, ¡solución!”, clama un cartel en la protesta.
Pero en lugar de soluciones, lo que reciben los ciudadanos es una dedicatoria en su libro.
Mientras los bloqueos crecen como si fueran parte del programa de cultura municipal, la alcaldesa nos presenta su libro como si se tratara de una obra de infraestructura.
A falta de obras de alto impacto, tenemos capítulos. A falta de rendición de cuentas, tenemos presentaciones con panelistas y moderadores.
Y a falta de rumbo en la administración pública, tenemos narrativa… mucha narrativa.
La alcaldesa cumple todos los días, dice ella, pero habría que preguntarle a las familias sin agua qué opinan de esa puntualidad literaria.
Quizá en otro contexto, su historia sería inspiradora.
Pero hoy, frente a un Acapulco sumido en el abandono, la inseguridad y la improvisación, lo que inspira su libro es una mezcla de desconcierto e incredulidad.
Gobernar no es contarse a una misma, sino hacerse cargo de los otros.
Y eso, parece, no lo aprendió en ningún capítulo.
Al final, como en Macondo, todo parece repetirse en Acapulco: el olvido, la indiferencia, y ahora, la autoficción.