Roberto Santos // Por más que se rasguen las vestiduras algunos puristas de la 4T, lo cierto es que el partido Morena sigue siendo, al menos en el papel, un ente de carácter público.
Y como tal, cualquiera que cumpla con sus disposiciones internas puede adherirse.
Sí, incluso Mario Moreno.
La presencia del exalcalde de Chilpancingo en un evento promotor del voto para los nuevos integrantes del Poder Judicial, invitado nada menos que por el diputado Alfonso Ramírez Cuéllar —figura cercana al equipo de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo— ha sacudido las sensibilidades más finas del morenismo en Guerrero.
Esos que aún creen que el carnet de morenista debe ganarse en la plaza pública y con certificado de “fiel a la causa”.
Pero no hay que rascar mucho para entender que tanto grito viene desde la frustración.
Porque mientras algunos solo pueden aplaudir o lanzar denuestos desde la banca, Mario Moreno llega al juego con arraigo social, estructura y, lo más peligroso para sus críticos: aceptación ciudadana.
Esa que no se consigue con discursos de unidad, sino con presencia real en territorio.
Así que no es de extrañar que los ataques no hayan tardado. Que si “no representa al proyecto”, que si “llega por la puerta de atrás”, que si “no es morenista de cepa”.
Como si Morena fuera una cofradía de iniciados en lugar de un partido político abierto —al menos teóricamente— a los que comparten sus causas y tienen con qué competir.
Lo más curioso del asunto es que, mientras la presidenta Sheinbaum extiende invitaciones vía su equipo político, otros dentro del mismo partido parecieran estar más preocupados por levantar murallas para impedir nuevas adhesiones.
Morena sigue siendo una fuerza mayoritaria, sí, pero cada vez más fragmentada.
Dividida en corrientes, subcorrientes y células que, aunque juran lealtad al movimiento, se la pasan boicoteando al compañero de al lado.
Los denuestos en contra de Mario Moreno por su presencia en el acto de ayer con Alfonso Ramirez Cuellar, deja ver justo eso: un partido que no ha logrado consolidarse como tal.
Que aún opera más como movimiento con liderazgos dispersos, que como una maquinaria coherente de poder.
Y eso debería ser el verdadero punto de reflexión.
Veremos si Morena se sacude el dogmatismo y se convierte en un partido de verdad, donde se compita con reglas claras y se respete la inclusión.
O si seguirán algunos empeñados en cuidar las llaves de una casa que, aunque no quieran admitirlo, ya no es solo suya.