Acapulco, la gobernabilidad

Celestino Cesáreo Guzmán // Acapulco vuelve a colocarse en el centro del debate público, no por un escándalo aislado, sino por una suma de factores que, juntos, definen el verdadero reto del puerto: gobernabilidad para sostener el desarrollo económico. Quien conoce la historia reciente de Guerrero sabe que Acapulco no se cae por falta de anuncios, sino cuando fallan los equilibrios básicos entre gobierno, economía y sociedad.

Hoy el puerto vive una paradoja. Por un lado, hay señales de recuperación: mayor conectividad aérea, reapertura gradual de hoteles, esfuerzos federales de reconstrucción y una narrativa oficial que insiste en el relanzamiento turístico. Por otro, persisten problemas que erosionan esa recuperación desde abajo: la crisis del agua, deficiencias en obras públicas, servicios irregulares y una percepción social de desorden y caos que impacta directamente en la confianza de inversionistas, empresarios y visitantes.

Desde una mirada crítica, pero con la visión de construir —como debe ser la del PRD—, el punto no es negar los esfuerzos institucionales, sino advertir que el desarrollo económico no se decreta, se administra. Y administrar implica resolver lo básico antes de prometer lo extraordinario. Ningún destino turístico puede consolidarse si no garantiza agua, movilidad funcional, servicios urbanos y reglas claras. El turismo no sólo depende de campañas de promoción; depende de que la ciudad funcione.

La gobernabilidad en Acapulco hoy se juega en lo cotidiano. En la capacidad de que haya coordinación con los tres niveles de gobierno, de poner orden donde hay discrecionalidad y de corregir donde las obras no están dando resultados. Cuando una obra genera fugas, molestias o sospechas, el problema no es técnico: es político. Porque cada falla no atendida se convierte en un mensaje de desconfianza hacia la autoridad.

El riesgo es claro: si la agenda pública se concentra únicamente en el discurso del “vamos avanzando”, mientras la gente vive la realidad con calles en mal estado, fugas de drenaje, basura por todos lados y obras a medias, se abre una brecha peligrosa entre gobierno y sociedad. Y esa brecha es terreno fértil para el conflicto, la desinformación y la ingobernabilidad.

El PRD ha aprendido, muchas veces a costo político, que sin gobernabilidad no hay desarrollo posible y que la estabilidad social no se construye con propaganda, sino con resultados verificables. Cuando hay alternancia y nuevos bríos en el ejercicio del poder, la sociedad gana. De ahí que, como partido, estemos atentos al calendario electoral y busquemos ser parte de un proyecto que dé un nuevo comienzo a Acapulco.

El puerto necesita hoy menos triunfalismo y más gestión fina; la ciudad necesita un plan a mediano y largo plazo y menos improvisación. Más escucha social y menos decisiones unilaterales. La reconstrucción del puerto no puede limitarse a levantar muros o rehabilitar avenidas; tiene que ser una reconstrucción económica y social, donde el pequeño comercio, el empleo local y la vida comunitaria sean parte central de la estrategia. Es innegable que el tema de la seguridad ha mejorado.

Desde una visión socialdemócrata, el desarrollo económico no puede desligarse del bienestar. El crecimiento que no reduce desigualdades ni mejora servicios es un crecimiento frágil. Por eso, hablar de gobernabilidad en Acapulco es hablar también de justicia social, de orden institucional y de un Estado que asuma su papel como garante, no como espectador.

El desafío está planteado. Acapulco puede retomar su ruta de todo lo bueno y abandonar la lista de todo lo malo si se entiende que gobernar no es administrar crisis mediáticas ni ocurrencias sin sentido, sino anticiparse a ellas.

El PRD, con su tradición crítica y su vocación propositiva, tiene la responsabilidad de señalar lo que no está funcionando, pero también de empujar soluciones que pongan al puerto por encima de la coyuntura política. Porque Acapulco no necesita aplausos momentáneos; necesita gobernabilidad duradera para un desarrollo económico real y sostenible. Acapulco necesita un plan para su nuevo comienzo. Veremos.