Roberto Santos // En la antesala de la sucesión municipal en Acapulco, los detalles comienzan a ser interesantes si se saben interpretar.
En ese terreno fino del lenguaje no verbal, el aspirante Ricardo Salinas Méndez aparece hoy como uno de los perfiles mejor posicionados.
Y eso no es solo por su activismo temprano, sino por algo que en cualquier contienda resulta decisivo, y que tiene que ver con los amarres correctos en los niveles donde se toman decisiones.
En un municipio estratégicamente clave para el turismo nacional, la capacidad de interlocución con el poder estatal y federal se convierte en condición de viabilidad.
La fotografía reciente en Acapulco es elocuente. A la derecha del director de Fonatur, Sebastián Ramírez, estuvo Ricardo Salinas Méndez. Esta imagen no es un acomodo inocente ni producto de la casualidad. En el lenguaje no escrito de la política mexicana, ocupar ese lugar es señal de cercanía, de confianza y, sobre todo, de reconocimiento.
Sebatian Ramírez es considerado un operador cercano a Claudia Sheinbaum, por lo que el mensaje es claro para quien sabe leer la simbología política: hay un espaldarazo implícito del gobierno federal.
A esto se suma la relación institucional que Salinas mantiene con la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado Pineda, un estado donde la coordinación entre municipio y gobierno estatal es determinante para la gestión de recursos, seguridad y reconstrucción turística, esa variable pesa más que cualquier narrativa de campaña.
Es decir, no se trata solo de afinidades personales, sino de la posibilidad real de alinear agendas, destrabar proyectos y garantizar gobernabilidad.
En contraste, otros aspirantes —aunque visibles o mediáticos— carecen de ese entramado de relaciones que permite pasar del discurso a la ejecución.
En términos político-electorales, esta combinación de factores coloca a Ricardo Salinas en una posición ventajosa, porque la elección no se gana únicamente con simpatía local; se construye con viabilidad política.
Para todos es conocido que el turismo, la inversión federal y la reconstrucción de la imagen de Acapulco requieren un alcalde que pueda levantar el teléfono y ser escuchado.
Quien entienda la política como sistema, y no solo como competencia, sabrá que los amarres no garantizan el triunfo, pero sí hacen a un candidato competitivo frente a otros que aún buscan ser vistos.
Y es que en la tradicional política mexicana, como bien lo decían los próceres, estar en la foto importa, pero estar en el lugar correcto de la foto, resulta fundamental.