Zona Cero // El fuego amigo en Morena

Roberto Santos // Morena nació como un movimiento, no como un aparato cerrado de poder, como ahora se perfila.

Su fuerza provino de una conjunción de causas, liderazgos regionales y una narrativa que canalizó el hartazgo social hacia un nuevo proyecto de nación.

Pero hoy, ante la centralización de decisiones, las visiones sectarias y excluyentes, las pugnas –y purgas– internas y el intento de disciplinar a sus propias bases, Morena se enfrenta a su prueba más peligrosa: la posibilidad de que el fuego amigo consuma lo que tanto trabajo costó construir.

La carta de Claudia Sheinbaum, leída este fin de semana ante el Consejo Nacional de Morena, advierte sobre prácticas como el nepotismo, el influyentismo y el amiguismo.

Señala los “riesgos” de que su partido se convierta en un “partido de Estado”, desconectado de sus principios fundacionales.

Pero la misiva, aunque necesaria, también deja entrever otro problema: la falta de diálogo con actores clave del movimiento que, les guste o no, tienen base social y estructuras consolidadas.

Esto no es raro en partidos de corte izquierdista, los que tienen tradición de ser canibalescos, recurrir a purgas políticas, y portar el germen de su propia destrucción. La historia es rica en ejemplos.

El caso de Guerrero lo ejemplifica con crudeza. En el estado, los Salgado, no solo mantienen el poder formal, sino que conservan una de las estructuras territoriales más sólidas.

La dirigencia nacional de Morena parece obviar que para el 2027 se necesita cohesión, no fractura ni exclusión. Tampoco se puede construir un triunfo nacional desmantelando liderazgos estatales.

Es decir, lo que se impone hoy es la negociación, no la exclusión. La definición de la próxima candidatura en Guerrero debe ser resultado de un acuerdo de fuerzas, no de una imposición vertical.

No hacerlo puede generar algo peor. Puede desencadenar una desbandada que debilite no solo al partido oficial en el estado, sino que genere un efecto dominó en otras regiones donde también se vive el conflicto entre la dirigencia nacional y los liderazgos territoriales.

Ya circulan especulaciones sobre la posibilidad de que Félix Salgado apoye a su amigo y aliado, Manuel Añorve, del PRI.

Aunque esto aún es especulativo, la sola posibilidad muestra lo delicado del momento.

Aunque claro está que el de Manuel no deja de ser un sueño, porque difícilmente la ciudadanía le llevará a la gubernatura, por su mala imagen que acarrea.

Está claro que si Morena cierra sus canales de negociación, corre el riesgo de perder a una de sus figuras más influyentes en Guerrero.

Y con ello, no solo se pondría en riesgo la gubernatura en el 2027: se debilitaría el discurso de inclusión que dio origen al partido guinda.

El mensaje es claro: sin alianzas internas, no hay victoria estatal ni mucho menos nacional.

La Cuarta Transformación corre a prisa por repetir los vicios del viejo régimen —imposición, exclusión, cerrazón, centralización— y seguramente el costo que pagará será mayúsculo.

Hay quienes creen que Morena está cavando su propia tumba, porque cada vez adquiere visos de ser un partido antidemocrático y autoritario; es decir, ha terminado por repetir aquello que rechazaba.

La historia enseña que la militancia y el pueblo que llevó a Morena al poder no olvidarán fácilmente si se traicionan los principios de participación abierta y construcción colectiva, como ha sucedido con otros partidos.

Morena puede estar a tiempo de corregir. Para eso necesita reconocer que no todos los liderazgos se moldean desde la Ciudad de México.

Guerrero es territorio político duro, y difícilmente podrán excluir a los Salgado sin que haya consecuencias políticas.

Hoy queda sembrada la duda: ¿Si no hay paso hacia adelante con Félix Salgado, habrá ruta alternativa?

¿Se animará Félix a caminar con otro partido?

Ya sabemos que en política, las rutas alternativas muchas veces terminan por cambiar el destino de todos.