DISRUPTIVA || El alma de las olas y el eco del abucheo

Miguel Ángel Santos // Dicen que el alma de los pueblos se escucha en el rumor del mar. En Acapulco, sin embargo, el alma sonó más a coro desafinado: buuuu.

La presidenta municipal, Abelina López Rodríguez, intentó recitar poesía cívica durante la inauguración de la Festividad internacional de la Nao de China.

No contaba con que el alma de la multitud no estaba para sensiblerías y optó por el género de la protesta sonora.

“Acapulco ha sido sabio en dejar su huella en cada ola”, dijo Abelina, con esa devoción casi mística cuando le da por recurrir a las metáforas, como si con eso pudiera tapar un bache o purificar un drenaje colapsado.

Pero los acapulqueños, después del huracán Otis y una reconstrucción que avanza más lento que la marea baja, ya no quieren olas marcadas por la sabiduría, lo que les urge tener es algo más terrenal: agua.

El abucheo fue más elocuente que su discurso. No porque el pueblo desprecie la poesía, sino porque ya se cansó de escucharla salir de bocas que carecen de esa sensibilidad artística.

Es difícil hablar de la belleza del alma de una ciudad cuando su cuerpo sigue herido, sus calles rotas y sus techos parchados con promesas.

La alcaldesa, fiel a su estilo, confundió inspiración con desconexión. Habla de la “sabiduría del puerto” mientras los vecinos hacen fila por una cubeta de agua; presume el “alma del pueblo” mientras enfrenta auditorías millonarias.

Y en esa distancia —entre la poesía y el lodo— se ahoga la poca credibilidad que le queda.

Al final, Abelina quiso ofrecer al pueblo una metáfora, y el pueblo le devolvió una onomatopeya.

Tal vez las olas tengan alma, sí, pero no aplauden.

Y tampoco votan…